A principios de los noventa
debutaba como estudiante de arquitectura en Madrid. Como habitante de la
periferia, realizaba a diario un largo trayecto para asistir a mis clases. Un
grupo de compañeros nos reuníamos temprano en el acceso de la estación de tren,
abierta en aquel momento a las inclemencias meteorológicas, aunque cubierta por
una marquesina industrial de chapa. Recuerdo el frío al amanecer, el óxido de
las naves adyacentes de la John Deere, la espera frente al andén vacío del otro
lado, el sonido del tren pasando lentamente ante nosotros, casi rozándonos, el
orden de la gente regularmente ordenada -como una secuencia de bultos- al ritmo
todavía invisible de puertas y vagones. La ciudad no se caracteriza tanto por el
mapa de la colonia, el barrio o el suburbio. La ciudad se explica desde nuestras
trayectorias (1).
El viaje como experiencia vital,
el viaje como algo que marca y define profundamente nuestra existencia, ha sido
ilustrado desde el comic, la pintura, la literatura o el cine con perspectivas
y fines diversos. Veamos aquí dos movimientos definidos en sentido contrario:
por un lado, Cipriano Algor, el alfarero obligado a reinventarse en La
Caverna de Saramago, forzado a viajar desde su taller en las afueras hasta el
centro comercial de la ciudad; por otro, el viaje del asesino Peter Clemenza en
El Padrino, en este caso desde su casa en Brookyn hacia la periferia de cultivos
y cunetas hambrientas de cuerpos asesinados (2). Tanto Saramago como Coppola,
se recrean en la secuencia progresiva de su viaje imaginario: la ciudad
portuguesa aparece tras cinturones agrícolas o industriales, la ciudad
americana desaparece poco a poco entre los cultivos azotados por el viento,
dejando visible tan solo la parte superior de la Estatua de la Libertad como
centro de gravedad lynchiano (3). Ambos dependen de la lentitud: el
primero desde la fragilidad de su carga cerámica; el segundo, desde la calma tensa
que precede a la brutal violencia del desenlace. La lentitud honra la
trayectoria.
Tal vez el viaje solo permita
mirar el entorno -observarlo profundamente- desde su máxima desaceleración, es
decir, desde la quietud, en estos días colectiva. El confinamiento genera un extrañamiento
soleado, como si un enorme atlas de Giorgio de Chirico hubiese transformado nuestros
centros y periferias en un ágora común interconectado (4). Durante estos días de
calles y plazas deshabitadas, comprobamos que lo verdaderamente ausente son
nuestros viajes -nuestras pequeñas migraciones- y con ellas, la construcción un
poco de nosotros mismos, de nuestros pequeños avances y progresos, de nuestros
retos y aspiraciones en forma de líneas descritas en el espacio por el
movimiento de nuestros cuerpos. En estos días de aislamiento compartido, en
estos días sin trayectorias, la ciudad nos hace compañía, se tumba junto
a nosotros y nos mira, por primera vez en mucho tiempo, desde nuestras
trayectorias pendientes.
NOTAS
(1) Trayectoria. Del fr. trajectoire. 1. f. Línea descrita en el
plano o en el espacio por un cuerpo en movimiento. 2. f. Curso que, a lo largo
del tiempo, sigue el comportamiento o el ser de una persona, de un grupo social
o de una institución. 3. f. Meteor. Derrota o curso que sigue el cuerpo un
huracán o tormenta giratoria.
(2) La casa de Clemenza se
encuentra en el actual E 5th Street en Brooklyn, NY. La mítica secuencia
está brillantemente analizada aquí.
(3) Ver Kevin Lynch, The Image of the City,
MIT, 1960.
(4) “La pandemia ha mostrado que
la humanidad es un único continente y que los seres humanos están ligados
profundamente los unos a los otros”. Nuccio Ordine en entrevista a Edgar Morin,
El País, 12 de abril 2020. Enlace aquí.
Imagen: Piazza d'Italia con
cavallo, 1970. Giorgo de Chirico.
No comments:
Post a Comment