El horizonte revela desde su
distancia la silente interdependencia entre naturaleza y arquitectura. En cualquier
línea horizontal trazada por el hombre sobre el territorio, en forma o no de
arquitectura, resuena de manera inexorable la presencia de su hermana mayor, celeste y telúrica a un
tiempo, la patria de todos los hombres (1). La
utopía está en el horizonte, nos dice Eduardo Galeano, y en una sola
oración identifica las dos referencias cardinales que señalan nuestro camino hacia
un lugar en permanente retirada, inalcanzable. Por eso nos hace caminar.
Cuentan que Chillida (de niño)
pasaba las tardes de tormenta al final de la playa de Ondarreta preguntándose
por el lugar del que procedían las nubes y las olas (3). La construcción del
horizonte supone la ordenación del mundo y de nosotros, un retorno al descanso
original en la tierra al margen del ruido de los días y sus semáforos: habitar sencillamente
tras la poderosa línea construida como límite y monumento para la luz y las
estrellas. ¿Acaso podemos fundar algo más inestimable? ¿No deberíamos poder todos
los hombres construir nuestro propio horizonte?
NOTAS
(1) No es casualidad que la palabra tenga su
origen en la cultura de la antigua Grecia: horizonte procede del griego
ορίζοντας, "orizonta" (limitar). Por otro lado, la palabra
Horizontal, hace referencia a lo “perteneciente
o relativo al horizonte”, Diccionario de la Lengua Española, RAE.
(2) Ver “La activación del
paisaje”, LA CASA DOMÍNGUEZ. Alejandro de la Sota: construir – habitar, tesis
doctoral inédita, MADC, ETSAM, 2012, págs. 333-350.
(3) Relato de Eduardo Chillida,
José Luis Barbería, El País, Especial 25 años (1976-2001), nº1284, Domingo 6 de
mayo de 2001, pág. 218.
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