El modelo actual de ciudad
reivindica el aparcamiento como una suerte de acceso universal, una alfombra de
autos con el motor aún caliente como puerta común al hipermercado y la
universidad, el hospital y el hotel, la fábrica y la estación, o sencillamente el
centro urbano de cualquier metrópoli (1). Si se acepta el carácter público y
necesariamente ordenado y previsto en cualquiera de las operaciones que
construyen la ciudad ¿por qué esa amalgama descoordinada de llanuras para vehículos
entre los que deambular hacia nuestro destino? ¿Por qué la experiencia del parking sigue siendo en demasiadas
ocasiones oscura, subterránea, inaccesible, desligada de los intereses disciplinares
propios de la arquitectura?
Uno de los parques para coches
más interesantes de Madrid se encuentra sobre las vías de la Estación de
Cercanías en Atocha, obra de Rafael Moneo (1984-92). Una serie de cúpulas de
aluminio se apoyan levemente sobre lucernarios de planta cuadrada alineados
sobre los carriles ferroviarios; los tambores de ladrillo organizan las plazas
y permiten ventilar e iluminar la estación inferior, al tiempo que introducen
columnas de agua de lluvia o fanales de luz natural en verano (2). El espacio en
su conjunto resulta fascinante, más propio del museo o del templo que del sombrío
local para almacenamiento temporal de
autos. Las perspectivas lineales marcadas en el pavimento generan una
secuencia de bóvedas en claroscuro, mientras las perspectivas oblicuas crean un
espacio isótropo en el que se entremezclan las coberturas lisas de las bóvedas
con su envés nervado y brillante bajo la presencia luminosa de los óculos.
En esta obra aparece con claridad
el reconocido civismo de Rafael Moneo, su respeto y consideración hacia el
programa y (sobre todo) el lugar: “Un buen edificio es aquel que se acomoda
debidamente en el ámbito donde se levanta” (3). El aparcamiento aparece
rehundido respecto a las calles adyacentes, los niveles se resuelven con el
oficio de los buenos arquitectos de todas las épocas, y en la escena urbana
aparecen solo los personajes necesarios: la antigua estación, la torre del
reloj y el nuevo cilindro de acceso peatonal (4). Sin embargo, la sencillez de
la propuesta no está exenta del refinamiento propio de los proyectos
excepcionales: mientras la estación de cercanías se resuelve bajo cubierta a través de una estructura
de hormigón visto a modo de hangar ascético para el encuentro entre personas y
trenes, el parque se remata con una delicada membrana a base de cúpulas de
aluminio, un techo escenográfico, una alfombra barroca y vibrante alejada de
cualquier puritanismo racionalista; una respuesta personal al ejercicio tantas
veces desatendido del aparcamiento, en este caso, urbano y en cubierta (5). En
arquitectura no hay temas menores o secundarios, repetimos con frecuencia. En
palabras del propio Rafael Moneo: “no veo ningún proyecto al que no haya
dedicado la misma intensidad” (6).
NOTAS
(1) Cabe señalar el origen etimológico común de la palabra aparcar en castellano (procede de parque) y en inglés, parking (procede de park, y ésta a su vez del francés parc - recinto). El hecho de aparcar constituye una acción temporal asociada a un lugar público que ha sido señalado al efecto por la autoridad (diccionario de la RAE).
(2) La situación de los
lucernarios abiertos sobre las vías permite además alojar en su interior la
estructura metálica que desciende hacia las vías con el objetivo de sostener
puntualmente la catenaria de alimentación de los trenes.
(3) Rafael Moneo. Entrevista en La Vanguardia 13
de diciembre de 2013.
(4) Las bóvedas se sitúan a la misma cota de la Avenida Ciudad de
Barcelona, liberando la visión del primer edificio administrativo de la antigua estación, el pabellón del arquitecto
francés Bonoist V. Lenoir, trasladado desde la estación original en 1883 hasta
su ubicación actual. Se le acompañó de tres edificios similares, siguiendo la
estética francesa, unidos entre sí por corredores elevados de estructura
metálica.
(5) “Moneo cree en el poder del ornamento para
establecer una relación entre el edificio y el público. Desembarazado de
estrecheces puritanas, con frecuencia idea trazados ornamentales para las
superficies pasivas de sus edificios, tanto en el interior como en el exterior.
Alan Colquhoun, AV36 (1992), pág. 11.
(6) Rafael Moneo. Entrevista en El país, 19 de diciembre de 2010 (por Anatxu
Zabalbeascoa)
Foto MADC, junio 1999.
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