El espacio y el ojo mantienen una
fascinante relación de interclusión. Por un lado el ojo se encuentra sumergido
en el espacio, sostenido en una posición flotante que construye nuestra percepción
del afuera; al mismo tiempo, el espacio se despliega en la habitación interior
del ojo, resolviendo una de las formas más elementales y efímeras de la
conquista. Tal vez este procedimiento intangible (podríamos decir biológico) de
posesión, pudiera explicar por sí solo el enorme valor de la arquitectura como
instrumento para la apropiación del mundo.
El ejercicio de inmersión del ojo
en el espacio exterior no resulta en absoluto menos excitante. Le Corbusier
dibuja ojos fuera del cuerpo (y fuera de la arquitectura) en la conocida
sección de la Unidad de Habitación de Marsella, situando un desproporcionado órgano para la visión
sobre el vacío (2). La poderosa infraestructura queda detrás del ojo, como el andamiaje necesario para la construcción de
la mirada y la recuperación de los placeres esenciales: el sol, la
naturaleza, las nubes, la feliz agitación del mundo en nuestro interior. Paisaje
conquistado: ¿acaso se le puede pedir más a la arquitectura? Mirar es poseer.
NOTAS
(1) Fine Arts Museum of San
Francisco, Claude Nicolas Ledoux, 1804.
(2) Unidad de Habitación de
Marsella, Le Corbusier, 1952.
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