Revolution Montreal. Bikes and Lesbian Haircuts. Photo by Meera Margaret Singh.
En ocasiones hemos argumentado sobre el “programa” como
un elemento comprometedor del proyecto de arquitectura. Los arquitectos
hemos presumido de conocer, incluso mejor que los propios usuarios, aquello que
ellos precisamente necesitan, haciendo de la “reinterpretación” del programa
una de nuestras más valiosas aportaciones al encargo. Sin embargo, el tiempo
nos suele arrebatar la razón y el uso que habitualmente vinculamos a un espacio
a menudo es superado de alguna manera por las
mareas de la vida. ¿No se desplegarán sobre cada proyecto múltiples
configuraciones de uso generadas ante la diversidad y las necesidades cambiantes
de los propios usuarios? ¿Se podría entonces proyectar lo impredecible? Veamos.
Sin duda, una de las cualidades
fenomenológicas del entorno actual es su carácter impredecible. Hace pocos días
una ola de frío polar sin precedentes paralizaba Estados Unidos hasta el punto
de que algunos presos, felizmente fugados, regresaban voluntariamente a sus
celdas de castigo: la naturaleza aún guarda secretos que la libertad desconoce.
Cualquier análisis que realicemos sobre el mundo actual acabará arrojando una
densa niebla sobre el futuro, y tal vez ésta sea una constante presente en cada
momento de la historia del ser humano: ‘Mientras
la historia fluye, no es historia para nosotros. Nos lleva hacia un país
desconocido, y rara vez podemos lograr un destello de lo que tenemos delante’ (1).
Una mirada hacia el pasado nos enseña que la historia se construye como una
secuencia ininterrumpida de sorpresas, una montaña rusa que nos lleva de la
admiración al pasmo ante el discurrir ordinario de la cosas. Sin embargo, la
gestión de lo impredecible puede constituir no solo una valiosa herramienta en el
proyecto arquitectónico, sino una referencia imprescindible para la
construcción de la ciudad adhocrática (2).
Cuenta Kazuhiro Kojima cómo el
Gobierno de China le propuso la idea de proyectar un edificio de oficinas para
las Olimpiadas de Beijin (2008) cuyo uso posterior se definía como impredecible (3). Esta situación,
aceptada para las ceremonias
deportivas globales y exposiciones universales varias, se puede extrapolar al
conjunto de la producción arquitectónica. El caso de la vivienda resulta
paradigmático, el hecho de habitar exprime las más recónditas variables de lo
impredecible: crecimiento o desintegración familiar, rejuvenecimiento o
envejecimiento, permanencia o itinerancia, fortuna o bancarrota (4). El uso que hacemos de la arquitectura siempre es impredecible.
Más aún el edificio público, financiado con el patrimonio común, que debe
responder con la máxima eficacia y responsabilidad ante su destino incierto, ligado
de manera indisoluble a la dinámica del cambio: ¿quién iba a decir a Don
Antonio Palacios que su “Palacio de Comunicaciones de Madrid” (1919) iba a
quedar obsoleto ante el declive del uso del correo postal? ¿Quién iba a pensar
entonces que un alcalde, con una idea bastante “clara” de lo que significa la
representación del Poder, iba a instalar allí la sede del Ayuntamiento de
Madrid?
Alejandro de la Sota contaba con
ironía cómo su proyecto para el Museo Provincial de León se instalaba sobre el
antiguo edificio del Obispado, que se había mudado al imponente edificio
histórico de Correos al mudarse éstos a su vez a su conocido “container” de
chapa color León (5). Como en un ejercicio de auténtico trilero, los programas cambiaban de vaso ante la mirada socarrona
de Don Alejandro: la arquitectura como un baile desenfrenado en el que la única
regla (no escrita) será el placentero, por aleatorio, intercambio de parejas. La idea viene de lejos y el mismísimo Fran k Lloyd Wright en 1939 se atrevió a definir como inmutable esta apasionante condición
“promiscua” de la arquitectura: “La ley
del cambio es una ley inmutable y es la única ley que no hemos tomado en
cuenta. Hemos tratado de detener y contener las mareas de la vida. […]En el
momento en que tenemos cualquier interés establecido o sentimental, creemos que
debemos protegerlo, cuidarlo, defenderlo de los enemigos, reteniéndolo intacto.
Nuestro pensamiento, nuestra filosofía, todo lo que tenemos, se resume en
‘tener y guardar’. Estoy seguro que les sorprendería ver lo efectivo que sería
invertir el proceso” (6).
NOTAS:
1. Friedrich A. Hayek, ‘Camino de servidumbre’, Alianza Editorial,
Madrid, 2010.
2. Ver “Adhocracia” en el Glosario Abierto http://viveroiniciativasciudadanas.net . Queda para un segundo post el análisis
sobre la gestión de lo impredecible en el espacio público, cuestión
trascendental abordada por Anatxu Zabalbeascoa en el artículo “La calle en
venta” (20 de diciembre 2013) http://blogs.elpais.com/del-tirador-a-la-ciudad/2013/12/la-calle-en-venta.html
3. Kazuhiro Kojima, “Nexus.
Dirección fluida”, Revista 2G, nº43.
4. Recordamos aquí la anécdota de
Cedric Price en la que, después de largas reuniones con un cliente para proyectar
una vivienda para él y su familia, y después de conocer a fondo su dinámica y
situación vital, tras largos meses de paréntesis para la reflexión se reunió de
nuevo con su cliente y, para su sorpresa, en lugar de encontrar un proyecto de
arquitectura, Price le recomendó abiertamente el divorcio: el mejor “programa”
que pudo encontrar en este caso.
5. Alejandro de la Sota, Pronaos,
Madrid, 1989.
6. Fran k
Lloyd Wright, Segunda velada de las conferencias en Londres, 1939, incluida en Fran k Lloyd Wright, ‘El futuro de la arquitectura’,
Poseidón, Barcelona, 2008.
No comments:
Post a Comment