La experiencia de la arquitectura sucede a escala 1:1. Nuestro ojo se mueve con soltura por el verdín que crece entre las baldosas del patio, las vetas de la madera aserrada para la techumbre, las aguas de un vidrio soplado en el pasado y cuya vibración ha permanecido inalterada hasta nuestros días: la presencia material de las cosas o "el primer y más grande secreto de la arquitectura" (1). Quizá por ello, el detalle de proyecto resulta un instrumento fundamental a la hora de establecer la experiencia sensorial de una construcción, aunque los buenos detalles siempre esconden en su estructura y en su orden otras buenas historias.
Más allá de la descomposición del plano de fachada en una serie de escamas ordenadas en el espacio, el exacto solape horizontal definido en este detalle arquitectónico establece una serie de estrategias de proyecto que operan a diferentes escalas. Por un lado, la superposición de los vidrios supone un primer filtro sobre la radiación incidente, un primer tamiz calibrado en búsqueda de la homogeneidad de la luz interior; por otro lado, el solape genera una serie de elegantes cintas verticales de mayor opacidad que el resto de la fachada, una serie de costuras abiertas que constituyen el armazón visual (que no estructural) del volumen prismático; por último, las líneas perpendiculares al suelo, resuenan con la estructura exterior del vecino Teatro Kornmarkt y más allá con las estructuras arcaicas de madera en las primeras edificaciones de las que se tiene conocimiento en la región del Lago Constanza. Cuánta información puede contener una pequeña banda de cristales superpuestos. La manufactura como herramienta de precisión y al mismo tiempo instrumento narrativo. Técnica y cultura. Historias de un detalle.
NOTAS
(1) Peter Zumthor, Atmósferas, Barcelona, Gustavo Gili, 2006, pág. 23.
(2) Kunsthaus, Bregenz, Austria, 1997.
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