Las reconstrucciones después de la II Guerra Mundial, permitieron a Le Corbusier aplicar sus investigaciones a proyectos de vivienda colectiva. La Unité d´habitation de Marsella, 1946-1952 establece el brise-soleil como una envolvente doble, un lugar intermedio entre las viviendas y el exterior, un espacio habitable capaz de actuar a modo de colchón lumínico, térmico y funcional, además de incorporar el color, gestionar las vistas, servir como soporte de la vegetación doméstica y convertirse en mecanismo plástico configurador de la propia edificación. Pero ¿han respetado los habitantes esta configuración? ¿Cómo se han apropiado realmente de este espacio los moradores de uno de los inmuebles más conocidos del mundo?
Las viviendas de la Unité
d´habitation de Marsella presentan un fondo edificable demasiado profundo
para la ventilación cruzada, aunque la presencia del Mistral, viento procedente
del noroeste que sopla de las costas del Mediterráneo hacia el mar, refresca por
completo la vivienda, sustituyendo el aire caliente interior por una
refrescante corriente cruzada. La sección inferior de la carpintería de altura
doble en el estar, permite la total abertura del hueco, alojando las hojas en
sendos nichos laterales de la terraza; las aberturas practicadas en los petos exteriores
domestican la velocidad natural del aire a ras de suelo, el lugar más fresco de
la casa; el peldaño situado entre terraza y estar se prolonga y aloja en su
interior un radiador horizontal, configurando un banco estratégicamente situado
en el espacio. El escenario parece perfecto para su intervención y apropiación
por parte de los habitantes.
Durante una visita realizada en verano de 2011, pudimos comprobar el uso real del espacio por parte de algunos de los habitantes de la Unité. La instalación de una hamaca sobre la marquesina intermedia de hormigón genera un nuevo lugar suspendido en el espacio, una solución doméstica e informal que renueva las condiciones de uso del edificio original; el radiador banco se equipa con mullidos cojines blancos ante la presencia de un candelabro clásico, aportando la vibrante luz de las velas una nueva oportunidad para la lectura como celebración de la noche marsellesa. Las bicicletas al sol prometen la cercana excursión al puerto y reducen aún más la distancia que presentimos con el mar. Tal vez la misión de la arquitectura sea crear las condiciones necesarias para contener todas estas cosas, estimular la mágica experiencia cotidiana, regular las diferentes percepciones del afuera, establecer sin palabras las bases de un idioma que cada habitante deberá articular más tarde. La arquitectura como gramática del bienestar.
Foto MADC.
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