Cuando
Eduardo Chillida decidió aparcar sus estudios de arquitectura y dedicarse al
dibujo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, pronto descubrió que su
virtuosismo ante el desnudo poco o nada tenía que ver con sus intereses. El
joven talento pronto descubrió que aquella habilidad sublime, que conectaba
con certeza el ojo con la mano, no era suficiente para encontrar aquello que buscaba: el vacío, la gravedad, la luz allí en la hondura de la materia,
el tiempo, el origen en definitiva de algo anterior y remoto, no podía ser
desvelado por un adolescente diestro (desde la destreza). Fue entonces cuando comenzó a dibujar con la mano izquierda, esa mano que hasta entonces era
utilizada para sujetar el papel o el caballete, mano lastrada por la
torpeza, mal entrenada, la mano en el bolsillo, la mano periferia.
En realidad, salir de uno mismo
supone un reto necesario para todo creador, encontrar la exterioridad desde la
que poder abordar o canalizar la inquietud propia: buscar lo que no está en nosotros. En palabras del
propio Chillida: “Soy un hombre que trata de hacer lo que no sabe hacer. El arte
está ligado a lo que no está hecho, a lo que todavía no creas. Es algo que está
fuera de ti, que está más adelante y tú tienes que buscarlo” (1). Alejandro de la Sota volvía con frecuencia a este particular desde varios ángulos en algunos de sus escritos y conferencias, desde enseñar lo que uno no sabe (algo que está fuera de ti) hasta la fragancia de lo nuevo, que siempre será nuevo. El maestro y su aliento poético, aún llega hasta nosotros.
Estas ideas giran alrededor de la periferia que aquí nos interesa, no como un
lugar geográfico o social, sino como un estado de las cosas, un ser periférico que transforma de manera
profunda la mirada sobre la naturaleza de todas nuestras acciones, la mirada
desde algo que está afuera -la periferia implica lejanía- y que sin
embargo, establece aproximaciones poderosas completamente distintas a las habitualmente establecidas desde los mecanismos frontales de la ortodoxia. Tal vez lo sublime
presenta puertas de acceso laterales desde el soleado extrarradio de lo cotidiano, ya lo
anunciaba Joan Brossa: "no sonriáis ni os sea indiferente si os aseguran que alguien ha llegado al cielo utilizando una escalera" (2). Chillida necesitó su mano izquierda, la mano que Jørn Utzon utilizaba para sujetar el cuaderno de sus ideas: la mano que no piensa (3).
Notas.
(1) Eduardo Chillida. Entrevista con
Sanjuana Martínez, Babab
nº9, Julio 2001.
(2) "Admito que a menudo el lado mágico / depende de invenciones que provienen / de unas vivencias o unos hechos; por tanto, / no sonriáis ni os sea indiferente / si os aseguran que alguien ha llegado / al cielo utilizando una escalera". Joan Brossa. Suite trance o la cuenta atrás, Barcelona, Ediciones de la rosa cúbica, 1994, Pág. 19
(3) Ver "Pensar con las manos" en Campo Baeza, Alberto, Aprendiendo a pensar, Buenos Aires, Nobuko, 2008, págs. 66-67. Ilustración de Jørn Utzon.
(2) "Admito que a menudo el lado mágico / depende de invenciones que provienen / de unas vivencias o unos hechos; por tanto, / no sonriáis ni os sea indiferente / si os aseguran que alguien ha llegado / al cielo utilizando una escalera". Joan Brossa. Suite trance o la cuenta atrás, Barcelona, Ediciones de la rosa cúbica, 1994, Pág. 19
(3) Ver "Pensar con las manos" en Campo Baeza, Alberto, Aprendiendo a pensar, Buenos Aires, Nobuko, 2008, págs. 66-67. Ilustración de Jørn Utzon.
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