Bruno Zevi define el catálogo como la primera de las siete invariantes que -a su juicio- establecen los principios elementales del lenguaje moderno de la arquitectura, una réplica tardía a lo establecido por John Summerson en "El lenguaje clásico de la arquitectura" (1). Resumiendo en exceso, podríamos decir que Zevi apuesta por la diversidad y especificidad de espacios y elementos arquitectónicos frente a una supuesta homogeneidad de los órdenes clásicos, estableciendo el principio genético del lenguaje moderno, un asunto de orden disciplinar elevado aquí a categoría ética: "Fuera del proceso del catálogo, no existe arquitectura. Lo demás es fraude, clasicista o pseudomoderno: un crimen para hablar con un lenguaje apropiado" (2).
El catálogo como inventario o clasificación
ordenada de objetos relacionados, pone el acento en la individualidad de cada
uno de sus elementos, su especificidad en relación a su uso o disposición
respecto al resto. La arquitectura tradicional, rica en la especialización de
sus muros y sus huecos, niveles y dimensiones, utensilios y mobiliario, se
configura -mucho antes que la arquitectura moderna- como un elogio de la
desigualdad. Sus elementos, como las manos o los relámpagos, "no son
distintos, sino desiguales" (3). El catálogo que Alejandro de la Sota
diseñara de memoria para Esquivel, supone la base de un juego en el que la
fortuna será la que adjudique -a cada calle- su secuencia de puertas, ventanas,
chimeneas, tapias, bancos, fuentes y demás elementos característicos del
lenguaje popular. La arbitrariedad aparente, el
desorden necesario (4).
Sin duda la arquitectura contemporánea hace suya la idea del catálogo y la incorpora como una de las más poderosas herramientas de proyecto; la arquitectura de -por ejemplo- SANAA supone una buena muestra de ello. El atlas de plantas y huecos de la Escuela Zollverein de Diseño en Essen; el plan de volúmenes del Museo de Arte Contemporáneo Siglo XXI de Kanazawa (en la imagen) o el Museo de Arte de Nueva York; la colección de estratos de altura variable en la tienda Dior en Tokio; o el catálogo extenuante de la casa Moriyama, desplegado desde la singularidad de cada espacio y su desigualdad familiar: pabellones, huecos, ventanas, pasajes, escalas, sillas, mesas, árboles, maceteros...La arquitectura como una constelación de colecciones, un compendio del mundo, un sumatorio infatigable surgido, como un elogio de la desigualdad, desde la metodología del catálogo.
NOTAS
(1) John Summerson, "El lenguaje clásico de la arquitectura. De L.B. Alberti a Le Corbusier", 1963.
(2) Bruno Zevi, "Leer, escribir, hablar arquitectura", Barcelona, Apóstrofe 1999, Primera Parte: El lenguaje moderno de la arquitectura. Guía al código anticlásico. Capítulo I. El catálogo como metodología del proyecto, pág. 28.
(3) Luis Martínez Santa-María, Intersecciones, Madrid, Rueda, 2004, pág. 24.
(4) Para Zevi el clasicismo será el representante de la auténtica arbitrariedad, uniforme en su orden "opresivo" ante situaciones siempre particulares.
(4) Para Zevi el clasicismo será el representante de la auténtica arbitrariedad, uniforme en su orden "opresivo" ante situaciones siempre particulares.
Imagen: SANAA, Museo de Arte Contemporáneo Siglo XXI, Kanazawa 2004-5. Vía Detail.
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