La arquitectura es obstinada en sus pretensiones, callada, perseverante. A pesar del paso de los
años, a pesar del desgaste y las heridas propias de la edad y sus afecciones,
la arquitectura insiste en su propósito cuando éste se extiende más allá
incluso de la materia y sus limitaciones, más allá incluso de los autores y sus críticos, biógrafos o correligionarios. El
Colegio Mayor César Carlos (Alejandro de la Sota, Madrid, 1967) es una buena muestra de ello.
Los árboles ahora frondosos estimulan la escala doméstica y la idea primera
del paisaje propio, el jardín como elemento vertebrador de la propuesta y más
allá, de la Ciudad Universitaria en su conjunto. La vibración de las hojas y la
luz sobre el suelo y las fachadas compensan de alguna manera la cualidad
rutilante de la cerámica en el inicio, el brillo de unos edificios vigorosos y
fachada resplandeciente cuando los árboles eran tan solo un puñado de ramas juveniles.
La naturaleza y la arquitectura como ejemplo de convivencia evolutiva para las sucesivas generaciones de
residentes; como si en ocasiones, ambas pudieran fortalecer un
ambiente más allá de las pequeñas dolencias propias e indolencias al margen. Asociaciones inmemoriales. Buenas compañías.
NOTAS
Se han omitido deliberadamente las notas en esta ocasión ante el más que probable abuso
que de ellas pudiera haber realizado el autor. Por suerte, tendremos ocasión
de recordar algunos detalles y curiosidades durante la visita al edificio programada esta semana dentro del
Festival Open House Madrid.
Foto: MADC, noviembre 2008.
Foto: MADC, noviembre 2008.
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