Posiblemente el color sea uno de los materiales más contemporáneos y menos conocido en arquitectura: la luz, el espacio, el tiempo o la materia han recibido -sin dudarlo- una mayor consideración como instrumentos y herramientas de proyecto. Tal vez sea porque el color depende siempre del entorno y sus condiciones cambiantes: el color es un medio siempre relativo; tal vez sea porque el color se incorpora como parte indisoluble del cuerpo y la materia (1); tal vez sea porque aún no se haya superado la supremacía del blanco, ligero y contenedor de todos los colores, como solución discreta y ortodoxa, la menos incorrecta en el imaginario colectivo de la Europa del último siglo (2); o tal vez sea porque la percepción del color es asunto altamente complejo en el que cada cual recuerda e identifica de manera diferente un rojo -por ejemplo- en el terciopelo de las butacas de un teatro.
Josef Albers establece en 1963 un sencillo pero
operativo catálogo del color, muy útil en términos puramente
arquitectónicos (3). En primer lugar se refiere al color superficial como aquel que presenta
una naranja, un tomate o un limón, es decir, el color de la superficie material
de los objetos, para nosotros el acabado del hormigón, la cal o la madera. En
segundo lugar y con independencia del primero, establece el color laminar que aparece como una
veladura producto de los reflejos de superficies adyacentes a un objeto, por
ejemplo el verde del césped que rodea una casa y que se intuye de forma
vibrante y transparente -como una acuarela- sobre sus muros y aleros blancos.
Por último define el color volúmico o volumétrico (4) como aquel del que participan los fluidos y que se ve alterado por
razones de profundidad o distancia: el azul oceánico o el atmosférico son una
buena prueba de ello. Pocos temas pertenecen como el color -a un tiempo y de manera simultánea- a los ámbitos del arte, la física, la naturaleza o la arquitectura.
La pérdida del color "superficial" -opaco- en beneficio de un cuerpo de color "volumétrico" y translúcido se antoja como una de las estrategias de proyecto mas representativas del momento actual. En la imagen (5), un sistema de cintas interiores se entrecruzan y generan colores compuestos, reverberando a modo de micro-clima cromático difícilmente mensurable. Las membranas en contacto con el exterior permiten el paso de la luz y se presentan como una secuencia de filtros acuosos, una sucesión de estratos cromáticos o atmósferas enlazadas. El suelo establece una superficie blanca y brillante afectada por reflejos y transparencias de influencia laminar y procedentes de innumerables direcciones. Interesa aquí el espacio más allá de su componente dimensional o su definición geométrica, más allá de sus límites colorantes, interesa -afirmamos- el espacio como continente colorativo: el espacio color.
NOTAS
(1) Aunque la pigmentación exógena se viene produciendo desde tiempo inmemorial en forma de pinturas y tatuajes sobre el cuerpo o las cuevas, posteriormente como embellecimiento en forma de maquillaje o como protección de materiales en el caso de la arquitectura. El carácter de una edificación depende entre otras consideraciones del color; en este sentido la madera de algunas cabañas tradicionales suecas y noruegas ligadas al mundo rural, se pintaba de rojo para simular el esplendor de las mansiones de ladrillo rojo de la burguesía "mucho más grandiosas y duraderas" (ver Steen Eiler Rasmussen, La experiencia de la arquitectura, Gads Forlag, Copenhague, 1957).
(2) "¿De donde viene este miedo al color? [...] Como europeos no podemos ir más allá. Solo allí donde termina la zona europea, adopta el mundo formas bellas (coloreadas)" Adolf Behn 1919, visto en El color en la arquitectura, Barcelona, Gustavo Gili, 1982, pág. 21
(3) Josef Albers, La interacción del color, Yale University, 1963.
(4) Volumen: espacio ocupado por un cuerpo.
(5) SelgasCano, Sepentine Pavillion 2015, Londres.
Foto: Jim Stephenson, vía Dezeen
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