En ocasiones un fragmento esconde las
trazas de la totalidad. La vibración del adoquinado, la diversidad de sus
escamas, el brillo de la luz rasante sobre el perfil quebrado de todas y cada
una de las piezas, el suelo representa de alguna manera el territorio de toda
la ciudad, el suelo como conjunto de pisadas, el país como una amalgama de
pies. Sin embargo esta imagen se presenta ante nosotros como una contradicción,
pues los adoquines no forman parte de pavimento alguno.
La arquitectura se presenta cada día a la contienda de lo cotidiano;
escribiremos su biografía desde la fricción permanente con nuestras acciones y
maniobras. Un fragmento de la batalla podría esconder las trazas de la
totalidad. La soledad de la abolladura, su estoicismo, su pequeña presencia
circunstancial nos muestra la energía contenida en nuestras calles, las fuerzas
detonantes de la metrópoli, la virulencia de uno solo de sus proyectiles. La presencia protectora de los adoquines justifica la tersura fría de
la chapa, su arrogancia metálica, su certidumbre más allá de los impactos de la
vida, más allá de la batalla cotidiana.
Foto MADC. Edificio de Juzgados, Zaragoza. Alejandro de la Sota 1986.
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